Desde la década de los noventa, el artista portugués indaga en un vocabulario artístico que reconsidera la función primordial de objetos como ladrillos, concreto, vidrio, mesas, sillas y ventanas, además de otros materiales como la pintura. En respuesta a la invitación del Museo Tamayo Arte Contemporáneo para realizar un proyecto, Cabrita Reis llevó a cabo un cuidadoso ejercicio de observación; posteriormente creó un gesto artístico en el que prepondera la calidad abstracta de la obra y se yuxtaponen valores simbólicos de materiales sencillos. Estos encuentros particulares, aunados a la sensibilidad y el constante interés del artista en el tema de la habilidad humana de construir, dan entrada a la reflexión sobre habitar espacios y generar una memoria de los lugares, como territorios de demarcación o metáforas de la existencia del hombre.

Pedro Cabrita Reis se afirma como pintor. La extensión de la pintura a otros niveles de materialización le permiten construir complejos entornos; en este caso, el artista expande su intervención a lo largo de las salas del museo. En La línea del volcán (2009) los muros fungen como una especie de lienzo tridimensional que permite entrever la importancia de la pintura en el desarrollo de sus montajes; las características planas y lineales sobresalen de entre las volumétricas. En este paisaje imperceptible, en un primer acercamiento, reina una lectura abierta y la sensación de precario balance en la colocación de las estructuras de hierro, las cuales, en conjunto con la luminosidad de los tubos de luz fluorescente y los cables eléctricos, además de la uniformidad del color de la pared, sugieren una gran forma escultórica. Ésta conforma un campo espacial que se percibe desde adentro al formar parte de él, al habitarlo.