(México, 1899 - México, 1991)
A Rufino Tamayo lo conocemos como un pintor de caballete que mostró en su obra algunos de los valores espirituales que definen atemporalmente la identidad del mexicano. A través de una poética de gran originalidad, una belleza única basada en la decantación de los valores más auténticos de lo nacional puestos al día y en diálogo con elementos de las vanguardias artísticas internacionales. Tamayo concretó esta visión en los epicentros artísticos del mundo, en momentos históricos que transcurren en más de siete décadas. Se erigió como figura líder de un grupo de artistas modernos que –como él– realizaron una búsqueda personal y solitaria. De un temperamento inclasificable, Tamayo tuvo el arrojo de hacer resaltar individualmente su presencia en los escenarios culturales de Nueva York y París y luego de México, donde conquistó espacios ajenos a la promoción del Estado y posteriormente el reconocimiento de este. Además de su extensa producción en pintura, realizó 22 murales que dieron una nueva dirección a ese capitulo de la pintura mexicana que interesó a todo el mundo. La creación de un vitral monumental con una novedosa técnica, es parte de su trabajo mural, a estos campos hay que aunar su producción gráfica, en la que hizo aportaciones estéticas y técnicas de gran importancia en el campo del arte impreso mexicano e internacional. Las obras de Tamayo tienen un sentido que constantemente se renueva, ya que sus temas universales inscritos en ámbitos atemporales, provocan en los públicos más diversos motivaciones, lo mismo estéticas que para desarrollar meditaciones en torno a la naturaleza humana.